Textos

Texto publicado en el catálogo de la exposición El Jardín de Zulema.
Galería La Sala, Santiago, Chile.
2017

El Jardin de Zulema

por Olga Correa

¿Cuándo y cómo la experiencia se vuelve poesía?
Andrea Fernández trabaja su obra con papel. Este enunciado, de tan sintético, es sumamente avaro. El papel no es para ella un simple soporte donde se ponen cosas o imágenes. Andrea tiene la sensibilidad aguda de observar sus posibilidades formales, táctiles y hasta olfativas con las que logra extraerle la ductilidad necesaria para sumergirse en un diálogo a través del cual ambos hablan de sí mismos armoniosamente.
De su prolífica producción impacta el uso del blanco. El manejo de este blanco es tan acertado que lo lleva al punto exacto de su capacidad expresiva. ¿Y cómo lo notamos? Porque cuando lo vemos, nuestra mirada no reclama ni un color. Es un blanco cuya estructura material es de espacialidad palpable sin ser jamás un vacío.

Su factura es impecable. Lo ortogonal se le impone y metafóricamente, la contiene.
Una vez dentro de sus continentes-contenedores, compuestos de marcos, cajas, y pequeños cubículos que funcionan como metáforas ordenadoras y de armonías geométricas, plantea una espacialidad cual arquitecto para convertirse en régisseuse de ópera desplegando su arte y poesía.

En un primer golpe de vista, la pureza formal y ficcional de sus obras nos reconforta estéticamente, y en un segundo acercamiento, quedamos atrapados en el encantamiento de su narración, su ficción, su historia. Durante el tiempo en que nos quedamos mirando su obra, notamos que Andrea supo hacer presente en cada objeto, en cada dibujo, su obsesión sobre esta dimensión, tan importante en su reflexión. Esto permite que nuestro presente se conecte con el suyo reciente y lejano, llenos de susurros de Zulema.

Zulema, a través de un vínculo amoroso, magnetizó la mirada de Andrea y ella, de esta manera, pudo ir recolectando cada ente del jardín de su abuela: plantas, flores, árboles frutales, herramientas de jardinería, pequeños senderitos, un perro y encantadores insectos, para finalmente archivar un vocabulario vivencial que, mezclado con la Esperanza (lo mejor de la caja de Pandora) le ha permitido inventar la clave mágica con la que construye cada obra.

Los dibujos son de una pregnancia dulce y melancólica, de belleza indiscutible, que según sus palabras, delineando cada trazo pudo ser feliz porque, poéticamente, trajo a Zulema a su lado.
Anita, como la llamaba su abuela, construye objetos pequeñísimos con precisión oriental, a los que multiplica en cantidades asombrosas, donde reflexiona sobre la Vida, la Muerte, el Tiempo. Esta capacidad de trabajo, minucioso y comprometido, en el que cada gesto pone todo su cuerpo, es el eco mimético de sus largas sesiones de costura convertidos en espacios de pensamiento, donde se evocan permanentemente cuestiones existenciales, reflexiones como anzuelos que todavía se resisten a traerle una respuesta.
Zulema, entre su coser y su jardín en una relación entrañable, dotó a nuestra artista de todas las fórmulas posibles para construir un mundo paralelo.

Sus piezas son módulos y sólo saben construir módulos aquellos que instauran en su interior la posibilidad casi vital de la multiplicación y combinatoria sin límites.

Cada flor, cada trazo, tienen existencia propia y en su proliferación, no pierden singularidad. Amores y tristezas se entretejen en sus dibujos de destreza envidiable y nos despiertan una empatía inmediata. Tiene una gran capacidad de construir escenarios de infinita narrativa. Cada gesto que entrelaza se convierte en la clave de apertura que nos habilita un mundo donde nos queremos instalar.
La obra de Andrea Fernández es un caso de desbordante proliferación, sin repetirse jamás y siempre actualizando su reflexión, en un ejercicio circular pero que nunca pasa por los bordes de un mismo círculo.
Y ella sabe que tiene la suerte de tener ese objeto mágico que todos queremos. Al que puede recurrir para siempre. Ése, donde ella es la botella y el genio es Zulema.

“ Si hago una dos, tres,
cuatro estatuas es una serie
es porque debo
repetirme a mi misma,
estar segura de que mi mensaje
te llegue,
si quieres diez de ellas,
entonces haré diez, cien
al infinito sin cansarme jamás
tendremos una acumulación de estatuas
como granos de arena en la playa…”

Louise Bourgeois

Texto publicado en el catálogo de la exposición La Medida de lo Imposible.
Galeria Rubbers Internacional, Buenos Aires, Argentina.
2014

La Medida de lo Imposible

por Lorena Alfonso

Trazar ausencias es cartografiar milímetro a milímetro un espacio imaginario. Labor frágil y temerosa que consiste en reunir, superponer y distanciar las paredes blancas para volver ciegos los contornos.

Jugar con el vacío de una morada ficticia implica preguntarse continuamente el significado de esa respuesta que sabemos imposible.

Texto publicado en el catálogo de la exposición Evocaciones.
Galería Rubbers Internacional, Buenos Aires, Argentina.
2011

(HABITAR)

por Elena Oliveras

En series anteriores, como Mar de dudas, Andrea Fernández daba evidencia visual de la presencia humana. No ocurre lo mismo con su nueva serie de fotografías en las que lo humano vive en la imaginación del espectador. No hay brazos que apuntan al cielo ni cuerpos velados, pero sí un habitar congelado en una selva de edificios blancos que se amontonan en el espacio por obra del azar.

La esencia de lo humano es pensada por Heidegger como habitar y develarlo es esencial al arte. La tarea del artista será mostrar la posibilidad o dificultad de reunión con otros en el habitar; tiene al habitar como meta. Andrea cumple con esa tarea no diciendo sino sugiriendo. Le interesa crear climas o atmósferas evocadoras de sensaciones, emociones, temores y terrores, como el de perderse en un laberinto. También evoca el eterno deseo de encontrar el hogar, sinónimo de protección, contención, refugio. En obras anteriores, la inseparabilidad del cuerpo y la tela también hablaba de un ser necesitado de abrigo. Una vez más, Andrea nos enfrenta a presencias frágiles ligadas a la soledad, seguras de la parte pero nunca del todo.

El ser vivo está implicado esta vez en la evocación de la vida bajo la forma de venas/ramas que nombran al cuerpo y a la naturaleza. Adheridas a los edificios, se congelan. Ya no hay sangre que corra por las venas ni savia que nutra el elemento natural. No obstante conservan su belleza al modelar la superficie del papel gofrado con relieves que suman tacto y visión. De este modo, las venas/ramas exploran su lugar en un mundo des-naturalizado, indiferente a los estragos, incluido el ecológico.

La vida también resuena a través de una de sus cualidades elementales: el movimiento, ejemplificado en la movilidad mágica de la sombra. En este sentido, las fotografías de Andrea recuerdan lo que afirmaba Giorgio de Chirico: “En la soledad de la estatua, el tiempo, a través de las estaciones, no produce más que un solo fruto: la sombra. La sombra es la vida reflejada por la estatua, su movilidad mágica”. Como las estatuas del pintor italiano, las construcciones de Andrea son volúmenes que “viven” de sus sombras siempre renovadas, variando al infinito la percepción del blanco hasta tocar la escala de los grises.

Al espectador lo sorprende el oxímoron: un congelamiento vital exasperante que, sin embargo, conjuga con la vida como movimiento y también como juego. Cada una de las piezas de Andrea, trabajada con cuidado maternal, nos aproxima al juego infantil (“jugar a las casitas”) y a la manualidad casera, con el consecuente placer que da el demorarse en la perfección del trabajo, alcanzada esta vez por el corte y el plegado impecables.

En su juego serio, Andrea construye “mónadas” o “átomos metafísicos” simples que reflejan el universo. Son éstas, unidades cerradas e indivisibles. No tienen puertas ni ventanas. Nada puede entrar ni salir de ellas. Sin embargo, no dejan de evocarse el deseo de comunicación. Es ese deseo el que permitiría hablar de una utopía que despunta, silenciosa, en medio de un pasado que fue y un futuro sin horizonte; allí donde circula el reflejo pero no el contacto. Todo es parte de una poética del silencio que –desde el blanco como punto cero de manifestación de un sentimiento- sugiere un apocalipsis desplegado lentamente, casi sin que nos demos cuenta. Un apocalipsis “blando” que tiene, como primer capítulo, la dificultad del ser-con.

Prologo de la muestra Mar de Dudas
Centro Cultural Recoleta, Buenos Aires, Argentina.
2006

DEVELANDO DUDAS

por Elena Oliveras

El espíritu investigativo de Andrea Fernández la ha llevado a trabajar con diferentes recursos, entre ellos el grabado, el objeto, el tejido, la fotografía y su digitalización. Tampoco le es ajeno el uso de la palabra que, desde el concepto, modifica los significados previsibles de la imagen.

No obstante la diversidad de medios técnicos, las búsquedas de Andrea se desarrollan sobre un mismo trasfondo: el sentimiento de vacío y la necesidad de definir un lugar de pertenencia, cuestiones estas que aborda a través de su propia imagen incorporada a la obra como fotoperformance. Cómplice discreta de su propia simulación, no duda en mostrarse protagonista porque así, hablando en primera persona desde el ámbito de su intimidad, estando dentro de la escena, siente que logra hacer más efectiva la invitación, dirigida al espectador, de compartir la verdad de sus espacios de ficción.

Un mundo vaciado de certezas la conduce, metafóricamente, hacia un «mar de dudas» (título de una de sus series recientes). Es el mismo mar en el que se sumerge el espectador cuando no logra saber qué está viendo realmente. No sabe si las figuras están acostadas o paradas, si se apoyan sobre una cama o flotan en el mar, si se mueven o están quietas, si se sumergen o si emergen. La posibilidad de movimiento coexiste con la inercia eventual de la figura en un espacio sin horizonte, sin arriba ni abajo. Todo es dudoso; también el estado de ánimo de un rostro disimulado por vendas. De tonalidades celeste-agua y arrugadas, esas vendas pueden ser vistas tanto como sábanas (limitadas) o como ondulaciones del mar (infinitas).

Profano o sagrado, familiar o desconocido, con una dosis ajustada de melancolía y belleza, el mundo de Andrea es indudablemente un mundo de dudas. Hay entonces una certeza: que alguien duda.

Telas y vendas semi-transparentes comparten la topología inestable del cuerpo y resultan tan protagonistas como éste. La asociación cuerpo / tela nos llevan al lazo ancestral de lo femenino con el tejer, con la docilidad doméstica, con la paciencia y hacen pensar hasta en un cierto control del tiempo. La inseparabilidad cuerpo / tela habla también de un ser necesitado de abrigo. Estamos ante presencias frágiles ligadas a la soledad, seguras de la parte pero nunca en el todo.

Podríamos decir que Andrea, hacedora de tejidos, deja siempre su «marca en el orillo»: la de un ser que «teje» obras para proteger, en la medida que ayuda a pensar en el lugar propio de cada uno.

Un dato no menos significativo es que las vendas del «mar de dudas» que, en bandas superpuestas cubren el cuerpo, subrayan su sensualidad y erotismo, el punto donde el brillo de la piel aparece y desaparece, el punto del deseo siempre insatisfecho. Andrea gusta mostrar ocultando. Así cada fragmento velado, cada mano en alto, cada brazo o pierna señala que hay algo más que no se presenta simplemente. Nuevos objetos de deseo indican nuevos espacios a conquistar.

Prologo perteneciente a la muestra Situaciones Gráficas
Complejo Cultural Santa Cruz, Río Gallegos, Argentina.
2006

EXPANSIONES

por Silvia Dolinko

Desde poéticas y procedimientos diversos, las obras de María Eugenia Barrios, Pipa Estefanell, Andrea Fernández y Lorena Vázquez convergen en esta exposición llevando al espacio distintos recursos de la multiplicación de objetos e imágenes, presentando así una expansión del universo de la gráfica. Una expansión que, cinco décadas después de las primeras experimentaciones con el grabado en nuestro campo artístico, aún mantiene su fructífera vigencia a partir de otras posibilidades exploratorias.

Las cuatro artistas tienen una común formación profesional dentro de las Escuelas de Bellas Artes; dentro de este ámbito académico, todas se especializaron en la disciplina del Grabado. Partiendo de esta impronta -o tal vez debido a ella, a su carga connotativa- las artistas prefieren aquí eludir expresamente la definición de «grabado» o «gráfica» (tópico casi ineludible dentro de la especialidad) para caracterizar esta exposición. Se trata de evitar el encasillamiento tanto nominal como técnico, poniendo el foco en la obra en sí, en su idea.

María Eugenia Barrios «pone en escena» un cardumen: precisamente, la artista entiende a su instalación como cercana a la presentación de una obra teatral, donde la línea argumental apunta a señalar la dimensión de lo efímero, lo transitorio. Inscriptos en distintos módulos cuadrangulares, los peces -surgidos del proceso de reelaboración de la imagen de una figurita troquelada de los años 30- mantienen un contrapunto cromático mientras que mutan en tamaños y orientaciones; así, subvirtiendo la rigidez de la organización reticular, acentúa la representación de la inestabilidad en la que radica la propuesta de la obra.

Huesos, caracolas, piedras, tierras: con instinto de coleccionista arqueológico, distintos elementos procedentes de la naturaleza son escogidos por Pipa Estefanell para el desarrollo de sus obras. Estos recursos se imbrican -o se tensionan- con las marcas introducidas por la artista: grafismos, estampas y palabras que ponen en juego en la obra el registro de lo «cultural» frente, o junto, a lo «natural». Lo orgánico deviene restos y rastros, marcas a través del tiempo; el despliegue en el espacio de la impronta gráfica es puesta en acto a través del diálogo entre formas de la naturaleza y marcas de la materia artística.

Desde la conjunción de tramas lineales y planos blancos con pequeñas fotografías, Andrea Fernández cuestiona la marca del grabado tradicional que -desde su perspectiva particular- conlleva un dejo de «rusticidad», una impronta tosca. Contrariamente, su propuesta parte de una interrogación visual en torno a la sutileza; sus blancos evocan extensiones indefinidas y profundas en las que se sumergen mínimas figuras femeninas, aludiendo a una dimensión evanescente o, más bien, a metáforas visuales sobre el sentido inquietante que se desprende de la fluidez y de lo inestable como duda (casi) infinita.

Lorena Vázquez profundiza en su instalación fotográfico-objetual sobre un tópico que viene indagando en su obra reciente: los pies como base para la identificación o, mejor, para el autorretrato. En progresión de lleno a vacío, de lo implícito de la presencia humana -el pie sugerido dentro de una media- al protagonismo explícito del objeto -una sucesión de esas mismas prendas textiles-, la interrelación en la secuencia de fotografías y elementos expande en este caso la ambigüedad de lo real/virtual del soporte de la madera y de la presencia del objeto a la esfera del espectador, el espacio de la instalación.

Las propuestas de las artistas despliegan así un entramado de relaciones a partir de algunas particularidades y problemas de la gráfica contemporánea, es decir, de la gráfica expandida. En la revisión del estricto y canónico rectángulo de papel estampado, sus imágenes amplían el registro de la superficie impresa impulsando a explorar otros recorridos, tanto dentro del concreto espacio de la exhibición como en función del desarrollo de una disciplina que, como vemos, puede continuar expandiéndose.

Prologo perteneciente a la muestra Sensaciones y Sentimientos
Galería Rubbers Internacional, Buenos Aires, Argentina
2007

SENSACIONES Y SENTIMIENTOS

por Victoria Verlichak

Las sugerentes obras de Andrea Fernández, Margarita García Faure y Chloe Henderson, navegan entre la abstracción y ciertos indicios de figuración, resistiendo la despersonalización y despertando la imaginación del espectador. Las pinturas y la obra gráfica de esta exhibición constituyen un gozoso espacio de sensaciones y sentimientos. Una mirada atenta despeja la impresión de inicial incertidumbre acerca del significado de estas imágenes que, lejos de cualquier imposición, originan una pluralidad de emociones que habrán de ser dilucidadas según la sensibilidad de cada uno. Mientras que las telas de Garcia Faure y Henderson subrayan el potencial físico de la pintura como objeto, los papeles de Fernández apelan a ligeros tonos y espesores para crear múltiples asociaciones.

Un lugar en el mundo. Andrea Fernández utiliza la fotografía y el grabado para construir una obra que parece reflejar ciertos estados de ánimo, situaciones con las que convive todos los días. A través de foto-performances, la artista protagoniza pequeñas historias expresadas en sutiles imágenes de paradójica intensidad. Las minúsculas figuras, o sus fragmentos, irrumpen inmóviles en misteriosos océanos y desiertas playas de colores únicos. Las manos y el cuerpo de la artista se muestran en actitud ensimismada o de furtivo regocijo. Apenas perceptibles, las figuras se contraen tornándose universales frente al vigor de las formas en relieve y los planos estampados que cubren como una marea la casi totalidad del soporte.

Puntillosa puntillista. Margarita García Faure pinta punto tras punto para construir una obra que combina modos del alma y experiencias sensoriales, asomándose a la región de los sueños. Por la cadencia de su pintura, por momentos, sus obras aparecen reproduciendo las variaciones de las estrellas en matices irreales. Silenciosa e insistentemente, la artista crea trampas para el ojo en donde el color es la preocupación primera. Plasma miles de pecas, lado a lado o superpuestas, para lograr la delicada vibración que posee en estas pinturas sensibles. La luz realza la oscilación de los torbellinos ascendentes y cascadas descendentes de las mínimas formas, traduciendo una sinfonía de pasiones y entonaciones que florecen en las composiciones.

El color, el color. Chloe Henderson se ocupa de capturar los ritmos del espacio y del tiempo en esta serie de pinturas al óleo, que hablan de posibilidades pero también de límites. Cielos y mares, valles y serranías en estas piezas con furiosos colores imaginarios y serenas rupturas. La artista trabaja cada pieza a partir de fotos de paisajes y de vistas marinas que, tras ser desmanteladas y reconstruidas digitalmente, interviene con pintura o transpone detalle tras detalle. Sus obras no se asemejan a los originales, son franjas en negativo que enfrentan lo previsible y parecen desintegrarse, volviendo a renacer. Habitadas por la memoria, las obras remiten tanto a tiempos inmemoriales como afectos personales.