El Jardin De Zulema

El Jardin de Zulema
por Olga Correa

¿Cuándo y cómo la experiencia se vuelve poesía?
Andrea Fernández trabaja su obra con papel. Este enunciado, de tan sintético, es sumamente avaro. El papel no es para ella un simple soporte donde se ponen cosas o imágenes. Andrea tiene la sensibilidad aguda de observar sus posibilidades formales, táctiles y hasta olfativas con las que logra extraerle la ductilidad necesaria para sumergirse en un diálogo a través del cual ambos hablan de sí mismos armoniosamente.
De su prolífica producción impacta el uso del blanco. El manejo de este blanco es tan acertado que lo lleva al punto exacto de su capacidad expresiva. ¿Y cómo lo notamos? Porque cuando lo vemos, nuestra mirada no reclama ni un color. Es un blanco cuya estructura material es de espacialidad palpable sin ser jamás un vacío.

Su factura es impecable. Lo ortogonal se le impone y metafóricamente, la contiene.
Una vez dentro de sus continentes-contenedores, compuestos de marcos, cajas, y pequeños cubículos que funcionan como metáforas ordenadoras y de armonías geométricas, plantea una espacialidad cual arquitecto para convertirse en régisseuse de ópera desplegando su arte y poesía.

En un primer golpe de vista, la pureza formal y ficcional de sus obras nos reconforta estéticamente, y en un segundo acercamiento, quedamos atrapados en el encantamiento de su narración, su ficción, su historia. Durante el tiempo en que nos quedamos mirando su obra, notamos que Andrea supo hacer presente en cada objeto, en cada dibujo, su obsesión sobre esta dimensión, tan importante en su reflexión. Esto permite que nuestro presente se conecte con el suyo reciente y lejano, llenos de susurros de Zulema.

Zulema, a través de un vínculo amoroso, magnetizó la mirada de Andrea y ella, de esta manera, pudo ir recolectando cada ente del jardín de su abuela: plantas, flores, árboles frutales, herramientas de jardinería, pequeños senderitos, un perro y encantadores insectos, para finalmente archivar un vocabulario vivencial que, mezclado con la Esperanza (lo mejor de la caja de Pandora) le ha permitido inventar la clave mágica con la que construye cada obra.

Los dibujos son de una pregnancia dulce y melancólica, de belleza indiscutible, que según sus palabras, delineando cada trazo pudo ser feliz porque, poéticamente, trajo a Zulema a su lado.
Anita, como la llamaba su abuela, construye objetos pequeñísimos con precisión oriental, a los que multiplica en cantidades asombrosas, donde reflexiona sobre la Vida, la Muerte, el Tiempo. Esta capacidad de trabajo, minucioso y comprometido, en el que cada gesto pone todo su cuerpo, es el eco mimético de sus largas sesiones de costura convertidos en espacios de pensamiento, donde se evocan permanentemente cuestiones existenciales, reflexiones como anzuelos que todavía se resisten a traerle una respuesta.
Zulema, entre su coser y su jardín en una relación entrañable, dotó a nuestra artista de todas las fórmulas posibles para construir un mundo paralelo.

Sus piezas son módulos y sólo saben construir módulos aquellos que instauran en su interior la posibilidad casi vital de la multiplicación y combinatoria sin límites.

Cada flor, cada trazo, tienen existencia propia y en su proliferación, no pierden singularidad. Amores y tristezas se entretejen en sus dibujos de destreza envidiable y nos despiertan una empatía inmediata. Tiene una gran capacidad de construir escenarios de infinita narrativa. Cada gesto que entrelaza se convierte en la clave de apertura que nos habilita un mundo donde nos queremos instalar.
La obra de Andrea Fernández es un caso de desbordante proliferación, sin repetirse jamás y siempre actualizando su reflexión, en un ejercicio circular pero que nunca pasa por los bordes de un mismo círculo.
Y ella sabe que tiene la suerte de tener ese objeto mágico que todos queremos. Al que puede recurrir para siempre. Ése, donde ella es la botella y el genio es Zulema.

 

“ Si hago una dos, tres,
 cuatro estatuas es una serie
es porque debo
repetirme a mi misma,
estar segura de que mi mensaje
te llegue,
si quieres diez de ellas,
entonces hare diez, cien
al infinito sin cansarme jamás
tendremos una acumulación de estatuas
como granos de arena en la playa…”

Louise Bourgeois.